jueves, 19 de septiembre de 2013

El maestro Martín de Riquer fallece a los 99 años


Las investigaciones de Riquer ayudaron a comprender mejor 'El Quijote' | Profesor del príncipe Juan Carlos, fue designado senador real en 1977 | Reconstruyó el mundo y la poesía de los trovadores en una monumental obra
 
 
"Sabe, joven? Yo no he trabajado en mi vida", decía Martín de Riquer, ladeando la cabeza con su sonrisa burlona y los ojos chispeantes. El anciano maestro quería provocar a su interlocutor, alumno o periodista, para que éste protestara, desconcertado. Se tomaba su tiempo y ayudándose prodigiosamente con su único brazo, llenaba de tabaco la cazoleta de su pipa, la encendía, inhalaba una bocanada y tras la larga pausa continuaba por fin la frase: "Yo nunca he trabajado, me he divertido. El mejor consejo que puedo dar es que busquen una manera de ganarse la vida que les divierta. Recuerdo mi primera clase en la universidad. En silencio, miré el aula y me dije: 'Si, de aquí a tres años, no hay quien sepa la asignatura mejor que yo, habré fracasado'. Porque la misión del profesor es transmitir conocimiento, si no, no habríamos salido aún de Aristóteles. Recurrir a una tradición para no interrumpir una cadena que dura ya siglos".

Ayer por la mañana nos abandonó, a los 99 años, en la placidez de su domicilio barcelonés.

Martín de Riquer, discípulo de Jordi Rubió i Balaguer y de Josep Maria de Casacuberta, transmitió conocimiento de la mejor manera que puede hacerse, contagiando a los alumnos pasión por los textos, la libido sciendi, el deseo ardiente de comprender y hacer legibles hoy a autores como Luciano de Samosata, Ramon Llull, Ausiàs March, Bernat Metge, Joanot Martorell, Arnaut Daniel, Guillem de Berguedà, Cerverí de Girona, Rutebeuf, Chrétien de Troyes, Boscán, Cervantes... José Manuel Blecua, hijo de otro de los grandes maestros que hicieron vivir una edad de oro a la universidad barcelonesa, recuerda las clases de Riquer como "un prodigio y una maravilla". E igual su hermano Alberto Blecua, Antonio Vilanova, Francisco Rico, Lola Badia, Antoni Comas, Jordi Llovet. Francesc Noy o Albert Hauf. Sus clases eran un portento de sabiduría, salpicada con el buen humor que siempre caracterizó su conversación y su modo de estar en el mundo.

"Puede que haya alguien tan barcelonés como yo, pero nadie más barcelonés", decía Martín de Riquer, que nació en la calle Ample/Avinyó, en el recinto amurallado, no muy lejos de donde otro manco genial, Cervantes, situó una escena de El Quijote.

Firmaba Martí si escribía en catalán y Martín, si publicaba en castellano. Descendía de una vieja familia aristocrática, cuyo relato Quinze generacions d'una familia catalana, atraviesa la historia de Catalunya. Más reciente, sus abuelos fueron el pintor Jaume Morera y el escritor y dibujante modernista Alexandre de Riquer, conde de Casa Dávalos, un título americano concedido por Felipe V. Su padre, Emili de Riquer, murió con sólo 28 años, a causa del tifus.

Antes de la Guerra Civil, Martín de Riquer creía que en una situación de bilingüismo, la lengua más débil (el catalán) perecería. Después, horrorizado por la persecución religiosa y los asesinatos de las patrullas de la FAI, se alistó en el Tercio de Montserrat en 1937. Torpe en la instrucción, combatió en la batalla del Ebro antes de pasar al Servicio de Propaganda. A Riquer le gustaba alardear de que su brazo derecho se lo llevó la última bala disparada en la guerra, cuando -aseguraba- en un pueblo alicantino (Benissa) un tirador republicano que no se había enterado de que la República había sido derrotada, disparó contra un camión. En él iba el requeté-filólogo que memorizaba el Infierno de Dante en las trincheras. Irónico, en sus memorias deja claro que "el lector ya verá que siempre que en Catalunya ha habido oposición y lucha entre dos tendencias, los individuos que integran las familias aquí estudiadas han abrazado y defendido la tendencia contraria a aquella que es vista con más simpatía en la Història de Catalunya de Ferran Soldevila". Riquer, que ya a los 14 años leía a los clásicos griegos y latinos, y que al principio quería ser helenista (acariciaba la idea de traducir las sátiras de Luciano de Samosata), quedó maravillado con la lectura de Tirant lo Blanch y de Lo Somni de Bernat Metge, influido por Petrarca.

En 1934 publicó su primer libro, L'humanisme català, germen de un inacabable debate sobre si existió o no un humanismo en Catalunya. Más tarde, Agustí Duran i Sampere le colocó en los servicios de recuperación de archivos, en peligro por los anarquistas que querían convertir aquellos viejos papeles en hoguera. Tras la guerra, en 1941 se licenció en Filosofía y Letras; un año después empezaba a dar clases, sin dejar de combinar la docencia con la investigación. En 1950 obtuvo la primera cátedra de Literaturas Románicas, especialidad de la que llegó a ser una de las autoridades más respetadas por el romanismo internacional, junto a Arno Borst o Josef Fleckenstein. Karl Vossler le dio el consejo de que no se centrara en una sola área lingüística y Riquer se especializó en las literaturas occitana, francesa, castellana, portuguesa, italiana y catalana. Las consideraba como un conjunto que no se explicaban aisladamente. El Cantar del Mío Cid con la Chanson de Roland o la poesía de Petrarca, Ausiàs March y el marqués de Santillana con la de los trovadores. Riquer quiso continuar la obra de Manuel Milà i Fontanals y pronto renovó las ediciones y los estudios sobre los trovadores provenzales y el mundo de la caballería medieval, como Caballeros andantes españoles (1957), Los cantares de gesta franceses (1957), La leyenda del Graal y temas épicos españoles (1968) o Los trovadores (1975), tres libros en los que recogía sus clases sobre la lírica trovadoresca, del año 1100 al 1298, incluyendo la poesía oscura de Arnaut Daniel a la aventurera de Guillem de Berguedà, dentro de su división clásica entre poetas idealistas y realistas.

Los estudios cervantinos fueron otra de las obsesiones de Riquer, que escribió Aproximación al Quijote y tuteló una edición de la obra cumbre de Cervantes, canónica hasta la aparición de la que preparó Francisco Rico. Miembro del consejo privado de Don Juan, fue profesor del príncipe Juan Carlos en 1960 que, ya coronado rey, le nombró senador por designación real. En 1965 fue elegido académico de la Real Academia Española. En 1997 recibió el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y en el 2000, el Nacional de Las Letras. Riquer era también miembro de la Fundación Conde de Barcelona, promovida por La Vanguardia

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