Platero y yo es uno de esos libros que marcan vidas, y dejan
huella más allá de la comunidad lingüística en la que fue concebido.
Sin duda es la obra más conocida de Juan Ramón Jiménez, uno
de los grandes escritores que ha dado España, figura clave del modernismo y
cuya labor mereció la concesión del Premio Nobel en 1956.
Juan Ramón ha sido un poeta con una sola ambición, la de una
obra poética harmoniosa, tan perfecta como el propio concepto de poesía puede
permitir, tomada en como un todo, que aún está por publicar de forma íntegra.
En este contexto, Platero y yo aparece como una excepción, un libro aparte.
Consiste en una larga serie de capítulos cortos en los que
el poeta narra sus impresiones sobre la vida, el mundo y las cosas y los
personajes de su pueblo natal, Moguer, en la provincia de Huelva.
Nos lo va contando a los lectores y oyentes hablando al oído
de su burro Platero, que lo acompaña a lo largo de todo el libro
convirtiéndose, a ojos del público, en el personaje principal: el tierno, manso
y siempre leal amigo Platero.
Es una obra de la que han gozado niños y mayores del todo el
mundo durante ya casi un siglo, y que voy a intentar presentar aquí.
Sin ser un libro didáctico, sin ser un libro de Pedagogía,
sin pretensiones dogmáticas, Platero y yo respondía fielmente a la ideología de
la Institución Libre de Enseñanza, que estaba defendiendo la aproximación a la
naturaleza para aprender de ella una lección de humanismo.
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