Mi familia había salido al alba, discretamente, sin hacer
ruido y no regresaría hasta el anochecer. Me sentía inquieta, no estaba
acostumbrada a estar sola. Una incertidumbre me volteaba por la cabeza, ella
era la única que no se había ido, es lo
mejor para ti dijeron. ¿Por qué habían dado un día de descanso a todo el
servicio doméstico?, si ellos estuvieran, si al menos si se hubiera quedado
Clara, me haría compañía, vería alguien más por la casa. En fin, me dije con un
punto de resignación, mientras bajaba las escaleras hacía la planta baja, lo
hecho, hecho está.
Me acerque al piano, la música era mi gran escapatoria en
mis momentos de soledad, situado en una gran sala destinada para conciertos,
solo para amigos y familiares. En aquel rincón parecía insignificante, pero al
mismo tiempo majestuoso, negro con su gran cola, mostrándose orgulloso,
brillante. Un poco de música calmaría mis recelos, pensé al entrar. El día era
esplendido, el sol entraba a raudales por los grandes ventanales que también
daban a un hermoso jardín lleno de flores en esta época del año. Con un día así
no debería tener pensamientos negativos. Me acomodé en la banqueta y mis manos
empezaron a deslizarse por el teclado. Toda la casa se fue llenando de
armoniosas notas.
De pronto, una carcajada retumbó por todas las paredes y
rincones de la casa, en un eco ensordecedor. El miedo me paralizó. ¿Quién
estaba ahí? Pasaron unos minutos que me parecieron eternos y no volví a oír
nada, silencio. ¿Me lo había imaginado? Sentada delante del piano en aquella
espaciosa habitación, me vi ridícula ante mis temores. Respire hondo para darme
valor y proseguir con la pieza que estaba tocando. Un escalofrió me recorrió la
espalda y tuve la sensación de no estar sola. Mis manos temblaban ¿sería otra
vez mi desasosiego jugándome otra mala pasada? Sentía frio, mi aliento se veía
como sucedía en pleno invierno. ¿Qué estaba ocurriendo? En un acto de valor
gire mi cabeza para observar a mi alrededor y, allí estaba, de pie en el único
rincón oscuro de la estancia. Vestido todo de negro era más una percepción que
una visión y sin embargo, él estaba allí.
Dio un paso hacia adelante y acerté a verle un poco más.
Alto, fuerte y los ojos... quedé hipnotizada mirándolos. Eran negros,
penetrantes, profundos. Habló y el sonido de su voz grave me envolvió como un bálsamo
para perder el sentido.
- Debes acompañarme, yo soy tu destino.
Incapaz de pronunciar ni una palabra, me levante sin dejar
de mirarle a los ojos y fui hacia aquel desconocido.
La casa estaba en silencio, no había luz en ninguna habitación,
la familia se extrañó, era entrada la noche y a estas horas no era normal que yo
hubiera salido. Fueron por toda la casa llamándome sin obtener respuesta, hasta
que llegaron a la sala de música. Lo que vieron les dejo paralizados sin
comprender, allí con la cabeza recostada en las teclas del piano me
encontraron. Mi rostro estaba sereno, sonreía, sin vida, pero feliz.
Tessa Barlo
2º
Premio - II CERTAMEN DE RELATO INSÓLITO en
Rubí / 21-11-2014
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